"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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01-11-2010 |
El peronismo: apogeo y caída
Al fin de la Segunda Guerra (1945) EE.UU. surge como eje del sistema capitalista y principal potencia imperialista. En América del Sur, en especial en Argentina, disminuye la influencia británica y aumenta la norteamericana. Durante la guerra, Gran Bretaña había aceptado la neutralidad argentina, que le servía para aprovisionarse de materias primas sin grandes riesgos. Los militares triunfantes (1943) -Perón incluido- simpatizan con el Eje (Alemania, Italia, Japón) y preservan esa neutralidad. Pero EE.UU. exige la ruptura y la declaración de guerra -acordadas entre Gran Bretaña, EE.UU. y la URSS- indispensables para convertirse en miembro fundador de ONU. Mientras Uruguay había roto relaciones con los países del Eje (1940) y declara la guerra una semana antes de la rendición alemana, Argentina defiende su neutralidad, sufre el bloqueo, mas termina aprobando el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (1946), el Pacto de Río de Janeiro (1947), la carta de ONU, y se alinea con EE. UU. en la guerra de Corea. Inicia una etapa de independencia relativa, pues se independiza del imperialismo británico y evita la dependencia total del yanqui. Es quien mejor resiste de América Latina porque su economía no es complementaria de la yanqui y sí es diversificada, lo que le permite producir y exportar mercancías a varios países.
La burguesía industrial apoya al peronismo al comienzo. Se beneficia de la mejoría del mercado interno, de los negocios y de los negociados que le habilita el régimen. Pero la alarma el creciente peso obrero, porque la sindicalización penetra en las empresas con formas organizativas y de lucha nuevas (comisiones internas, cuerpos de delegados, controles de las fábricas, paros), la mayor conquista obrera bajo el peronismo. Sin embargo, la democracia de base es sofocada por el aparato partidario que digita a los principales dirigentes. La oligarquía ganadera ve limitadas sus ganancias, mantiene fuerzas y contragolpeará en 1955. La burguesía comercial, exportadora e importadora, ligada al capital financiero y monopolista extranjero dedicado a los negocios, la usura y la especulación, es quien más sufre. Pero el peronismo que hace concesiones a las diversas capas burguesas, disminuye la participación en la renta nacional de las capas medias (profesionales, intelectuales, docentes, empleados) volcándolas a la oposición.
Las palancas económicas pasan a manos de la burguesía industrial y del capitalismo estatal. Se nacionaliza el comercio exterior (las ganancias, que quedaban para la oligarquía ganadera y los monopolios extranjeros, el Estado las dispone para la industrialización y planes sociales), el Banco Central, los depósitos bancarios, los servicios públicos, se liquida la deuda externa (drenaje de capitales hacia la banca extranjera), se fomenta el crédito para viviendas populares, se construyen obras públicas (diques, usinas, oleoductos, gasoductos) bases de la industria pesada, se fomentan las empresas estatales, se expanden las flotas mercantes, fluviales y aéreas.
El peronismo elabora una Doctrina Nacional , semejante a las encíclicas papales de carácter social. Propaga una falsa conciencia de “lo nacional ” y de la “unidad nacional” englobando a todo lo que está en el territorio argentino, que asegura la estabilidad del sistema capitalista, integrando a las diversas clases sin destruir el Estado burgués. Sus pilares son el uso intensivo de la cadena de radios y medios de comunicación, la obra social de la Fundación Eva Perón, el control policial, la organización vertical del movimiento obrero, la estatización del sindicalismo.
Mas es incapaz de liquidar los factores esenciales del dominio imperialista, la estructura terrateniente y las grandes inversiones del imperialismo. De allí que cuando cesa la óptima situación de posguerra, se resquebraja la colaboración de clases, porque la burguesía no está más dispuesta a otorgar concesiones al movimiento obrero. La Iglesia Católica –beneficiada por la implementación de la enseñanza religiosa en las escuelas- agrupa al frente opositor. El 16 de junio de 1955 aviones de la Marina ametrallan una multitud indefensa en la Plaza de Mayo. Se teme a la resistencia armada de la clase obrera, Perón concilia y renuncia. Guarecido en un barco paraguayo que lo traslada al destierro, declara el 5 de octubre a El Día de Montevideo, interrogado acerca de sus posibilidades de resistencia: “Las probabilidades de éxito eran absolutas [pero] bastaría pensar lo que habría ocurrido si hubiera entregado armas de los arsenales a los obreros decididos a empuñarlas.” El derramamiento de sangre evitado por Perón no lo evitará la Revolución Libertadora. La conciliación paga como dividendo, la derrota. Los golpes contra Arbenz (Guatemala, 1954), Vargas (Brasil, 1954) y Perón (1955), son frutos de una nueva ofensiva norteamericana en su patio trasero. La intelectualidad de izquierda, que se equivoca al trasladar el esquema antifascista europeo para oponerse a Perón o Vargas, o se torna incondicional de Perón, sin aportar a construir un movimiento socialista poderoso que valorara lo positivo del régimen y fuera crítico implacable de lo negativo, aún no ha terminado de levantar una opción de masas frente al peronismo.
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